Noche de monólogos en el FTO 2014

Una de las cosas particularmente interesantes del haberme constituido seguidor por más de 20 años del Festival de Teatro de Occidente, es la posibilidad de hacer ejercicios de memoria en lo que ha sido el devenir del festival y notar como efectivamente se cumplen ciclos y se retorna al punto de partida, ya no con el ímpetu propio de la juventud incipiente sino con el vigor de la experiencia. Así el FTO, que es vitrina de lo bueno, de lo que no lo es tanto e inclusive de lo malo que pasa por los escenarios venezolanos y de algunos países que año a año se suman a la fiesta, parece experimentar en esta edición un reencuentro con lo que podríamos considerar su más valioso tesoro, el público teatral.



Menciono esto porque de un tiempo para acá, cada edición del FTO parecía experimentar un vertiginoso aumento en el número de personas que acudía a sus espectáculos, pero que no constituían necesariamente un “público teatral” sino más bien una extensa colección de espectadores carentes de otras oportunidades lúdicas. De modo que este año, en medio de la severa contracción económica que sufre el país, el FTO se descubre nuevamente de cara con su verdadero público, de menor cuantía, mas de claros propósitos y expectativas en cuanto a lo que puede y ofrece el festival.



En estado de cosas llegamos hasta la noche del miércoles 19 de noviembre para presenciar dos espectáculos: Longanizo, de la agrupación teatral Séptimo Piso (Caracas) dirigido por Dairo Piñeres y escrito por Néstor Caballero. Esto a las 7:30 pm. en la sala Federico Collado del Centro Teatral de Occidente “Herman Lejter” de Guanare. Y posteriormente, a las 9:00 pm. en la sala Alberto Ravara del mismo centro teatral se presentó el Equipo de Teatro La Granada (Argentina) con Potestad, escrita por Eduardo Pavlovsky y dirigida por Hugo Kogan y Roque Basualdo. En lo que fue una jornada propia de lo que podría considerarse el subgénero teatral más vapuleado en la actualidad teatral venezolana y de gran parte de Latinoamérica, el monólogo. Abusado al considerársele un recurso de bajo costo y abordado en la mayoría de los casos sin el rigor artístico necesario.



Séptimo piso no juega con el monólogo.





En “Longanizo”, del grotesco implícito en la miseria humana, el autor ha logrado concebir un texto que nos aleja del desprecio por esta condición sin restarle crudeza sino aportando los elementos poéticos apenas indispensables para desarrollar un conjunto de acciones magistralmente interpretadas por el actor Alexander Rivera en una ejecución absolutamente precisa y preciosa del método Stanislavski, salpicada apenas por mínimas imprecisiones como remarcando la frase en el texto de Caballero: lo perfecto es inhumano.



Nos sumerge así la agrupación Séptimo Piso en un trance histórico para hacernos atravesar y descubrir el lado más humano y carnal del que hoy es sin duda considerado como el hombre más grande de América. Se le despoja del misticismo con que la historia lo ha vestido y se muestra alejado de los pedestales y la gloria de sus hazañas, se exhibe enfrentado a sí mismo, a su propia naturaleza, desnudo.



Disfrutamos de un producto escénico impecable en el cual una puesta de ánimo surrealista se afianza sobre el estupendo diseño escenográfico de Héctor Becerra, se consolida en la iluminación de Alfredo Caldera y es acompañado por la sobriedad y eficiencia del vestuario de Joaquín Nandez,

para ofrecer al histrión todas las condiciones de acompañamiento oportuno en medio de la maravillosa banda sonora de Juan Pablo García, permitiendo el desarrollo de un monólogo vigoroso, sólido, pleno de teatralidad, verdaderamente impresionante.



Cambio de luces.



Cambiamos la escena y ya en la sala Alberto Ravara nos enfrentamos a la interpretación que hace Hugo Kogan del texto de Eduardo Pavlovsky: Potestad.





Una estética minimalista domina la escenografía y nos deja frente a un actor despojado de acompañamientos que inicia un desempeño desde el propio minimalismo hacia un ejercicio de actuación entrecortado, que se desbalancea una y otra vez y sostiene un ritmo no solo monótono sino carente de intenciones. Se queda pues la interpretación del monólogo en la superficie del trabajo sin lograr profundizar en la potencia emocional del texto con tan solo amagos hacia los cánones del trabajo de Grotowski.



Nos deja Potestad la sensación de un trabajo inacabado, todavía en el umbral del ejercicio de actuación.



Así es el teatro, así es el Festival de Teatro de Occidente, una vitrina plena de variedad, llena de pequeñas sorpresas en cada noche que transcurre, este año en medio de un ambiente relajado y feliz, como hace años no se respiraba y aun así, sigue siendo un festival en movimiento.


J. Alberto Ojeda

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