El Festival de Teatro de Occidente está en movimiento.



Se respiran nuevos aires en esta trigésimo segunda edición del Festival de Teatro de Occidente, es posible que el transcurso de estos 32 años allá sido necesario para, con la debida pausa reflexiva, encontrar la manera de redefinirse y de alguna manera, disfrutar del sereno reposo que brinda la experiencia. Y que en el caso del FTO no constituye estancamiento alguno, sino una fórmula para vivir la calma dentro de la vertiginosa espiral de eventos que caracterizan un festival de esta naturaleza.

Me incorporo ya en la tercera noche de festival el 16 de noviembre, para encontrarme con dos sólidos e impactantes espectáculos. En primera instancia la función de la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa (CRTP) con su obra “Aquí no paga nadie”, versión de Aníbal Grunn sobre el texto de 1976 escrito por Darío Fo, dirigido por el mismo maestro Grunn y en el cual se abordan temáticas tan cercanas a la realidad de nuestro país que parece escrito a propósito de esto.

Parece pertinente entonces una breve síntesis catártica para destacar algunos elementos, en primer lugar la vigencia de un texto escrito en otra época como reflejo del momento histórico atravesado en otro país, y la forma como estos acontecimientos se corresponden casi cruelmente con la realidad venezolana. En segunda instancia me resulta interesante dar una mirada al público espectador y sus reacciones, porque allí nos encontramos de frente con la paradoja de nuestro gentilicio: esa capacidad absurda de reírnos del caos de tal forma que, por resultarnos divertido, evadimos la posibilidad de un cambio.


Con este espectáculo he sido testigo de la evolución sostenida del elenco que soporta este que es el más reciente trabajo de la CRTP, luciendo compactos y con claras señales de madurez en sus construcciones escénicas, así Vanesa Vásquez, Emilger Arroyo, Julián Ramos, Job Jurado y Carlos Arroyo, interpretan crueles caricaturas de personajes cotidianos, tan reales y cercanos que arrancan carcajadas de los espectadores, porque sus desempeños no corresponden a personajes sino que resultan una suerte de “espejos” que nos reflejan a nosotros mismos, y ante semejante agresión la única defensa posible es la risa.

Maneja con seguridad y precisión el maestro Grunn la clave de comedia, en una desconcertante puesta en escena que gira de forma extraña ante nuestros ojos como queriendo señalar que la realidad es la misma desde cualquier punto de vista.

Se mantiene fiel la CRTP a su tradición de hacer teatro, desde cualquier perspectiva, pero siempre con un profundo sentido pedagógico. Reímos esta función  a las 7:30 p.m. en la sala Federico Collado del Centro Teatral de Occidente, núcleo de esta 32ª. Edición del FTO.

Se mueve el festival y me muevo con él, trasladándome a la sala Alberto Ravara, del mismo centro teatral, donde desde pasadas las 9:00 p.m. asistimos al espectáculo del Taller Experimental de Teatro (TET – Caracas) intitulado “Tierra Santa”, original del dramaturgo venezolano Elio Palencia y bajo la dirección de Costa Palamides.

Cuando Erick Berne planteó sus ideas sobre el análisis transaccional, señalo la teoría de las “caricias” y dentro de ella desarrolló el tema de las “caricias falsas” como una estructura de relación que nos hace dependientes de aquello que nos complace sin importar su impacto en cualquier dimensión de la vida. Las caricias falsas atan y condicionan el desarrollo emocional de manera perjudicial.

Destaco este tema, porque cuando uno se encuentra con los textos de Elio Palencia choca contra obras teatrales nada complacientes, que dejan la impresión que el dramaturgo evade la posibilidad de matizar la crudeza de sus temas con “caricias falsas” que condicionen su aceptación. Al contrario, parece que disfruta creando polémica, molestando más que deleitando.

Y Tierra Santa no escapa de ello, es un texto denso, prolongado, cargado de situaciones y personajes propios del discurso personal de Palencia. Se necesita por tanto conocer rasgos elementales de este discurso para poder asomarnos a este peligroso borde del precipicio que constituye este espectáculo.



Las relaciones familiares, el encuentro consigo mismo, la diferencia más que la diversidad; son temas que se entremezclan para configurar esta historia en la cual, Mayor (Guillermo Díaz Yuma) y Segundo (Ludwig Pineda), dos hermanos separados durante muchos años, se reencuentran y a partir de allí relatan los tránsitos vividos, cada uno a su manera, y que los han conducido al punto en el cual se encuentran. La monotonía de este diálogo es frecuentemente atravesada por la realidad encarnada en una adolescente embarazada (Yazel Parra), que como una daga apuñala la ilusión poética que casi arrebata a los ancianos dialogantes.

Se descubre detrás de los símbolos, esa naturaleza lúgubre de la sociedad que pasa del encuentro gozoso a regodearse en el dolor, acto que solo se interrumpe cuando la realidad preñada de nuevos dolores da una punzada, y luego todo sigue igual.

Con depurado estilo y notable habilidad plástica el director ha concebido un espacio escénico estéticamente impecable y ha marcado una planta de movimiento de acción reiterada que obliga a sus histriones a vivir el texto y hacerlo lucir. En este sentido, Ludwig Pineda se aprecia sólido y contundente en la conducción del texto a través de su cuerpo y voz, pero no consigue el contrapeso correcto en Guillermo Díaz, que si bien tiene un acertado desempeño vocal, no termina de acompañar el texto aportándole organicidad corporal. Destaca, rompe y sacude toda la estructura cada aparición de Yazel Parra, quien luce un desempeño entregado y comprometido, lleno de verdad.

Sin embargo, es una obra de teatro que se disfruta sin ser complacientes, la suma de todas sus partes sin duda nos arroja un trabajo elegante, bien equilibrado y muy respetuoso de las intenciones y la simbología del dramaturgo. Sin duda esta fue una noche de muy buen teatro.

Cerramos con la presentación de A.C. Bienadanza, que nos entregó una suite de trabajos en danza contemporánea como parte de la programación de la ya tradicional “Perra que llora” que se desarrolla en el marco de cada FTO.

J. Alberto Ojeda

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