Vamos a repartirnos el cadáver de mamá



Solemos pensar que la degradación de la familia es un mal producto del siglo XX y acentuado en el XXI. Sin embargo, ya desde la mitad del siglo XIX las costuras del tejido familiar empezaban a mostrar hilos sueltos. Si de algo podemos acusar a este siglo aún incipiente es del descaro. Pasamos de la irreverencia al vulgar descaro.

Eso no es todo, la familia como célula fundamental de la sociedad lleva en si los cimientos de la humanidad toda en su acción colectiva y terminamos siendo víctimas de lo que en la propia familia se ha gestado. La preeminencia de lo aparente por sobre lo auténtico.

Así nos encontramos con Santa Sepultura, un espectáculo de la Compañía Nacional de Teatro de Venezuela, escrito por José Gregorio Maita y dirigida por José Luis León. Presenciada en la noche final del 39no. Festival de Teatro de Occidente en Guanare.




Una comedia absurda llena de símbolos y personajes tan característicos como comunes, retrato extremo de todos. Con gran soltura logran los histriones: Yurahy Castro, Luis Enrique Torres, Omar Churión y Angélica Rinaldi; encarnar traumas, expectativas, dolores y ambiciones de la sociedad ávida por devorarse a sí misma. Plena organicidad en los personajes, gestos y desempeño vocal, hacen las delicias del público que se ve representado a sí mismo o a algún familiar.

La puesta en escena casi riesgosa responde funcionalmente a las necesidades del montaje e incorpora detalles plásticos muy interesantes. En realidad la obra podría bien representarse en cualquier espacio de características domésticas, pero en el caso que nos ocupa no ha resultado la más creativa.

Si bien la obra plantea el caos producto de una situación disruptiva del plano familiar, luce excesivo el desorden y exceso en la manipulación de alimentos dentro de la escena, se nos antoja una metáfora de la descuartización del cadáver de la madre, que bien puede ser creada dosificando estos elementos para no ensuciar la propuesta y evitar los pequeños accidentes posteriores ocurridos.

Dentro del repertorio de la CNT constituye una obra fresca que se agradece pero que, debo insistir, debería servir como hito para romper la monotonía en el manejo del color que por mucho tiempo han mantenido con una paleta siempre sepia, gris, muy oscura, esto es importante sobre todo porque se evita predisponer al espectador habitual.

Con esta obra una idea nos queda clara: la descomposición familiar constituye una santa sepultura para el devenir de la sociedad.

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