Nadie se va para no ser diferente

Durante varios años los venezolanos enfrentamos la dialéctica entre emigrar o quedarnos, unos lo pensamos, otros sin pensar se fueron y muchos sin dudar o por no tener opciones se quedaron. Y para ninguno fue fácil.

Pero cuando Karin Valecillos nos interpela con su texto “Cria de canguros”, específicamente cuando la Cachi pregunta si vale la pena irse para ser siendo iguales, nos obliga a repensar todo este complejo fenómeno social llamado migración humana.

Esto es lo que ocurre cuando nos enfrentamos a esta obra de teatro: Cría de canguros, que Mendoza Producciones puso en escena entre el 20 y 23 de mayo pasados en el Centro Teatral de Occidente “Herman Lejter” ubicado en la ciudad de Guanare.


Como ya he señalado, con texto de Karin Valecillos, la dirección de Carlos Mendoza y actuaciones de Elizabeth Prato, Karla Arroyo, José Víctor Quiñones y Carlos Mendoza; disfrutamos de un espectáculo fresco y divertido capaz de provocar deleite en el público asistente. Una obra teatral que divierte y hace pensar de una manera simple y profunda al mismo tiempo.

De Valecillos son textos como Cuentos de guerra para dormir en paz, llenos de imágenes frescas y ocurrencias tanto como densos y profundos. Cría de canguros recrea un momento de nuestra historia contemporánea desde la cotidianidad de unos personajes sencillos que reflejan a la gran mayoría de venezolanos, con una premisa diferente: la cuestión no es si migrar o no, la cuestión es si vale o no la pena hacerlo.

En este contexto Elizabeth Prato interpreta a “la pelu” y lo hace con total entrega y derroche de energía, imprimiendo gran vitalidad a un personaje que encierra tanta nostalgia y dolor pero con gran amor por la vida. Karla Arroyo conmueve con su caracterización de “la cachi”, una niña llena de sueños pero también reflexiva y prudente. Nos ha sorprendido el debut de José Víctor Quiñones con su personaje de “Luis”, un desempeño lleno de energía, honesto y entregado. Con tanta fuerza persuasiva que logra sortear con éxito algunos problemas de dicción y proyección mediante el acertado manejo del gesto y las acciones. Aquí hay una promesa actoral que debe pulirse.

Carlos Mendoza es el director del montaje y además responsable de dar vida a “Nicolás”, una dualidad que pocas veces pasa sin cobrar factura, y esta no es una de esas excepciones. La puesta en escena, iluminación y planta de movimiento están muy bien logradas, se trata de una propuesta sencilla y eficiente, con posibilidades de traslado a cualquier espacio escénico. La música sin embargo podría ser más estudiada para acompañar con más precisión las atmosferas y acciones de los personajes. Queda también por resolverse el final que carece de impacto y deja vacío el efecto de recencia.

Por su parte Nicolás no tiene tanta suerte, el director parece haber apostado más a este rol que al de actor y su personaje luce inacabado y en desequilibrio frente a los demás, especialmente en comparación con la cachi que es su pareja en la trama. Este doble papel siempre es difícil, pero esto es sabido y por eso no tiene disculpa, se tiene que ser muy responsable en decisiones de este tipo.


Pero más allá de estos detalles hay un gran producto escénico, que supo conectar con el público provocando diversas reacciones emocionales y de esto se trata el teatro, de emocionar, cautivar, divertir, educar, siempre educar. Y satisface enormemente encontrar propuestas como esta, gente como Mendoza Producciones, nuevas generaciones que siguen creyendo en el arte y la cultura como medios de transformación social. Los teatros, las salas de espectáculo, los espacios para el arte están abiertos de nuevo, ojalá pronto muchos nuevos hacedores se sumen a este quehacer por la vida. 

Alberto Ojeda

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