Seguimos de FTO 2012.
Diversas propuestas un
mismo festival.
Llega el martes 20 de noviembre, jornada quinta del XXX Festival de
Teatro de Occidente y continuamos en la apreciación de los espectáculos que en
sus diferentes espacios se llevan a escena.
Abrió el telón la noche en las instalaciones del Centro de Bellas Artes
“Amanda Muñoz de Urriola” de la ciudad de Guanare alrededor de las 6:30 p.m.
donde nos reunimos en torno a la obra de Antón Chejov bajo la dirección de
Irina Dendiouk, Petición de mano, de
la agrupación teatral Dramart que ha venido a participar del festival desde la
ciudad de Mérida.
Aunque la historia ocurre en una aldea de Rusia de finales del siglo
XIX, la versión adaptada que presenciamos nos sugiere más cercanamente los
conflictos por la tenencia de la tierra en épocas de la Reforma Agraria (1960)
en Venezuela. Se trata además de un habilidoso juguete teatral del cual se vale
el autor para exponer los vicios de la clase burguesa y sus formas de
acomodamiento.
Para su puesta en escena, Dramart recrea lo que a la vista parece un
cuadro renacentista por la paleta de colores y la disposición de sus formas.
Sobre este espacio se desarrollan las acciones de esta comedia cuya fuerza se basa
en las actuaciones luciendo éstas brillantes en cuanto al desempeño corporal y
al manejo de la voz, mientras que la planta de movimientos presenta
desplazamientos que por momentos resultan excesivos.
Con firmeza y seguridad sobre las tablas Dramart se ha hecho presente en
este FTO 2012, brindándonos un espectáculo teatral de alta calidad.
Seguidamente nos trasladamos al Centro Teatral de Occidente “Herman
Lejter” de la misma ciudad de Guanare para asistir a la función presentada por
la Fundación Teatro Kirie con la obra: Mis días en Paita, escrita por Clemente
Márquez y dirigida por Fernando Acosta en una coproducción junto a la Compañía
Nacional de Teatro en el marco del programa Teatro
para todos los venezolanos. En la sala “Alberto Ravara” a las 9:00 p.m.
Contar una historia con personajes de muchas maneras conocidos por el
espectador es siempre un desafío lleno de riesgos que no siempre se asume con
la entereza necesaria. Lo digo porque, superado el artificio plástico de la
puesta en escena, nos enfrentamos a histriones plagados de inconsistencias en
su construcción del personaje e involucrados en un texto sin ninguna estructura
dramática y con muy difusas intenciones.
Volvemos la mirada sobre las responsabilidades, frente al mismo hecho
teatral y sobre todo frente al espectador, que asumen las instituciones
rectoras de políticas culturales en el país, incomoda de muchas maneras
entender que las justificaciones que acompañan estos desatinos están más
relacionadas a intereses alejados del arte que nos ocupa y que más bien lo usan
como herramienta para alcanzar conquistas propias de otros campos.
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