¿Qué pasó con Hamlet?

Resuena en la mente del espectador leer o escuchar que se presentará Hamlet, porque inevitablemente pensamos en la genialidad de Shakespeare. Pero, este Hamlet poco tuvo que ver con el dramaturgo inglés y si mucho con una situación que aunque recurrente no puede considerarse norma.

Hablo del Hamlet presenciado en el marco de la 39na. Edición del Festival de Teatro de Occidente, la noche del 24 de noviembre en la sala “Alberto Ravara” del centro teatral de occidente “Herman Lejter” en la ciudad de Guanare. Una propuesta hasta ahora de autor desconocido, dirigida por Rufino Dorta, con las actuaciones de Ludwig Pineda y Omar Churión.




La ficha técnica no específica quien estuvo a cargo de la escenografía, y es una lástima porque ha resultado una magnifica puesta de estilo minimalista con rasgos del dadaísmo muy bien manejados. Este acento dadaísta parecía ser columna vertebral del montaje.

Por supuesto que seguir una corriente artística no significa acertar en todo momento. Esto en todo caso es una excusa desde la cual el artista debe estructurar coherentemente su propio discurso. Y aquí empiezan los problemas para Hamlet, porque “parece” que el ser o no ser de Shakespeare se convirtió en la duda existencial que diluyó la razón en este producto escénico.

Un texto lleno de vericuetos e imprecisiones obliga al público a adivinar intuitivamente y no por entelequia para donde va el asunto. La carencia de un trabajo de dramaturgismo serio desdibuja las intenciones del autor y allí es donde la dirección se enseñorea en una serie de forzadas reiteraciones en la acción, repetición monótona de textos y un absurdo empeño en la provocación por el morbo.




Esto no estaría mal si el concepto dadaísta hubiese marcado siempre la pauta, pero, la violenta irrupción de un personaje “accidental” elimina el concepto de un plumazo y nos hace pensar en la farsa del teatro dentro del teatro, que tampoco se consolida.

El montaje cuenta con la participación de dos excelentes intérpretes que cumplen a cabalidad sus roles viéndose desperdiciada su capacidad por la imprecisión del concepto estético. Inclusive los guiños a la exploración de la soledad humana y su angustia (Beckett) se pierden por la falta de sincronía entre los pensamientos (en off) y las acciones.

Hay grandes problemas en Hamlet, la irreverencia y el ánimo provocador no pueden ser la excusa para un montaje complaciente que intenta congraciarse con un segmento de público a desgracia del resto. Porque muchos nos preguntamos: ¿Qué pasó con Hamlet? Queda pendiente aclarar la estética toda del montaje, definir transiciones, eliminar lo accesorio a favor del ritmo. Establecer una línea discursiva, al final del cuento esa es la justificación de todo lo que ocurre en la escena.




Bravo, eso si, por los actores que asumieron semejante riesgo.

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